Pregón José Antonio Lobato

Pregón de la Semana Santa, pronunciado en la Iglesia de Santo Domingo de Medina de Rioseco, el día 23 de marzo de 1991, por don José Antonio Lobato del Val

PROCLAMA

Por la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo

Hago saber:

Que a las ocho y media de la tarde de hoy, veintitrés de marzo, día de los serenísimos Santos Toribio y José Oriol del año de gracia de mil novecientos noventa y uno, ante la imagen del Santo Cristo de la Pasión, por orden de esta VARA MAYOR, en presencia de autoridades, mayordomos, hermandades, cofradías penitenciales y pueblo fiel congregados en la iglesia de Santo Domingo, pronunciará el Pregón de nuestra Semana Mayor, el muy ilustre hijo de esta Ciudad, Licenciado en Derecho por la Universidad de Valladolid, articulista y conferenciante don José Antonio Lobato del Val.

Que la voz pública, en lengua cervantina lo airee y pregone por rúas, solanas y corrillos a toque de pardal y redoble de tapetanes.

Así lo mando y que así se cumpla.

El presidente de la Junta de Semana Santa
FERNANDO DEL OLMO GONZÁLEZ

PRESENTACION

Con licencia del reverendo señor párroco de Santa María y Santiago, don Gabriel Pellitero Fernández.

Muy ilustre Sr. Alcalde de la Ciudad de los Almirantes, Consejeros del común, Excmas. e Ilmas. autoridades, Cofradías, Gremios y Hermandades de Penitencia y Pasión, Hermanos Mayores, mujeres y hombres del solar. Amigos todos.

Vamos a escuchar el Pregón, es decir la pieza magistral a la que debemos agudizar nuestra mente, porque las conferencias pasionales riosecanas, son compendio de vicisitudes artísticas, es la sinfonía del verbo que se desliza en cascada sobre nuestros corazones, elevando a la lengua sus más altas cotas, es la narrativa que trova el costumbrismo, es el lirismo que todos los años despierta como estrella matutina a la Pasión del Señor y el pueblo se atempera, con placidez rememorando vicisitudes, anécdotas, las penas por los que se fueron, las alegrías y la esperanza, la gran esperanza que nos conduce a la Resurrección.

Se han pronunciado pregones ininterrumpidos, diferentes piezas oratorias, versificados o en prosa, piezas oratorias elocuentes en sí, bajo el vértice de los padres de la Iglesia, del periodismo y como hecho trascendente el pensamiento que embarga el ánimo, los pregones de los hijos de Rioseco, que cala en el pueblo llano lo más profundo de nuestras ilusiones.

Estas piezas oratorias, descansan en los archivos de la Sede de la Junta de Semana Santa y rectificando al inolvidable amigo Pizarro de Hoyos, no se ocultan los pregones en los ayeres, perfuman a las almas refinadas. La obra bien hecha se conserva y adquiere al paso del tiempo un don inapreciable. Están en nuestra mente las cálidas frases de Félix Antonio, Teresa Iñigo, Godofredo Garabito, Jesús María Reglero, Monseñor Carlos Amigo, José Antonio Pizarro y Luis Alonso García.

Y hoy se une a este eslabón de oradores de la patria chica, otro brillante paisano, don José Antonio Lobato del Val, Licenciado en Derecho por la Universidad de Valladolid, dedicado en su cotidiano trabajo en altas esferas de actividades empresariales, articulista de palabra fácil y comunicativa y por supuesto hermano de la Cofradía del Santo Cristo de la Pasión.

Muchas gracias José Antonio en nombre de la Ciudad ante la deferencia que habéis mostrado al aceptar ser el Pregonero de nuestra Semana Santa.

Y ahora que tu verbo en lírica gozosa, nos descubra en pinceladas semanasanteras, en un retablo plateresco, lleno de anecdotario populista, pero intrínsecamente religioso, hablando de nuestra Ciudad, desgranando tu cálido cántico, con bellas connotaciones del pasado, de sus gentes, de los “pasos” de tantos afanes, que tu parlamento sea la cimera excelsa de esta Semana Santa y que unos hombres rudos o pulidos, bajo el denominador común por la misericordia del Crucificado, al hincar sus rodillas, rezando, pidiendo a Dios por los que se fueron, recuerden tu bello parlamento.

En último término, ocupa esta cátedra, vivifica tu palabra con esas profundas y hermosas prosas de la incomparable y sin par Semana Santa de Medina de Rioseco.

FERNANDO DEL OLMO GONZÁLEZ
Presidente de la Junta de Semana Santa

Pregón

Con la gratitud del discípulo hacia sus maestros, quiero dedicar este Pregón a mis profesores de los Colegios de San Vicente de Paúl y San Buenaventura. Sea pública la memoria de aquellos que comparten ya la paz de Jesucristo.

 

Vara Mayor, Reverendo Señor Cura Párroco de Santa María y Santiago, Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades, Insignias y Mayordomos de las Cofradías Penitenciales en Corporación, queridos amigos:

La palabra se hace única: Serenidad. Hace unos instantes, mientras las notas de La Lágrima llevaban algún mal disimulado brillo a mis ojos, he pedido serenidad al Santo Cristo de la Pasión que hoy me ampara. Espero de alma que mi ferviente plegaria de cofrade sea escuchada. Y es que, en este trascendental momento de mi vida, en el que me dispongo a pronunciar el Pregón de la Semana Santa de Medina de Rioseco, mi patria grande por eso de ser la chica, acaso pudiera mi voz quebrarse por la emoción.

Ello, porque a fuer de riosecano, mi ánimo se sobrecoge por la enjundia y trascendencia de este acto, que en pública proclama sirve de prólogo a las celebraciones sentidas con mayor hondura en esta ciudad.

Pero antes de desgranar más la palabra, deseo testimoniar mi profundo agradecimiento a la Junta Local de Semana Santa, que me ha brindado tan alto honor y, a su Presidente, por las muestras de afecto que ha dedicado al pregonero.

Antes señalaré, que cuando a instancias de la Comisión Superior de dicha Junta acepté la encomienda que se me hacía, vencieron sobre toda razón los sentimientos de cariño a mi ciudad. No acerté entonces a ser consciente de cuán pequeño era mi haber y cuán grande la osadía.

Esta tribuna, ocupada otrora por poetas, escritores, historiadores, prelados de la Iglesia y tantas personas de reconocido magisterio, soporta hoy el inquilinato de un pregonero sin más justo título que el de cofrade del Santo Cristo de la Pasión. Permitidme pues, este espíritu abrumado por una responsabilidad contraída con somera meditación.

Por todo, tengo la conciencia que nunca podré apoyar la palabra ni con conocimientos teológicos, ni con belleza literaria, ni tan siquiera con un poema original que a buen seguro entremezclaría los versos con las rimas. Tan es así, que prefiero quedarme con mis opiniones personales, mis sentimientos, mis vivencias, y mi forma de entender nuestra Semana Santa, matices en suma que ensamblaré arreglo a mi leal saber y entender. Conste de antemano que no tengo intención alguna de plagar este Pregón de cantos a hidalguías del pasado, a la magnificencia de nuestros templos, ni a las extraordinarias tallas que nos legó la imaginería castellana. No seré tampoco quien destape el tarro de las esencias de la más tronante facundia. Todas esas grandezas son parte de la realidad y de la historia, y estoy con los que piensan que a la una y la otra les resultan vanos los ecos vacíos de las cajas de resonancia.

Mi única Semana Santa, de la que debo hablar, es la sentida dentro de la negra túnica de cofrade en el Jueves de Pasión. No siendo mayor mi zurrón ni mi bagaje, no tengo sayal de más brillante púrpura con que revestirme, y de mi única guisa participo en este acto. Pero una vez que he iniciado la senda del Pregón, es bien seguro que trataré de cumplir con lo encomendado, y si no cumpliera, ruego me excuséis con idéntica benevolencia con que me encargó este mandato nuestra Junta Local de Semana Santa. Disculpad de antemano, la pretensión de glosar la Pasión, Muerte y Resurrección final de Cristo, a través del discurrir de la vida de los hombres y de las Cofradías Penitenciales.

Cada año, cuando los desfiles procesionales llenan la calle, en íntima reflexión me he cuestionado el porqué de la Semana Santa de Medina de Rioseco. Resulta un tanto llamativo que las celebraciones de la Pasión hayan trascendido con pequeñas modificaciones al cambio vertiginoso de los tiempos. Hemos ya comenzado la última década del siglo XX y, en la antesala de un nuevo milenio la humanidad ha visto rodeado su entorno de una imponente metamorfosis. El espiritualismo cobra ahora mayor mérito, en un mundo donde los logros científicos, el conocimiento del orden natural y los avances tecnológicos, han vuelto a rodear de oropeles las corrientes racionalistas.

La sociedad de hoy, acaso se asemeje poco a la Judea romana de Herodes Antipas y Poncio Pilato. No obstante, en medio de los cambios, aún nos unen los lazos comunes de una idéntica vivencia en el sentimiento religioso cristiano. Forma de vida, que en la continuidad generacional de los hombres se ha convertido en un eslabón todavía sin interrupciones.

La vida de Cristo sigue presente en el mundo occidental, y no sólo en la liturgia oficial de la Iglesia, cuanto particularmente a través de múltiples celebraciones devocionales populares. El calendario del orbe cristiano se inspira en el seguimiento de los hechos de la vida de Jesús de Nazareth, desde su nacimiento en el pesebre de Belem, a su Muerte en el Gólgota y Resurrección en el Sepulcro. Muchos años después de la Pasión de Jesús el Nazareno, una multitud de hombres y mujeres todavía rememora los sucesos acaecidos en el Monte Calvario de Jerusalén.

Las celebraciones de Semana Santa son así el gozne que articula el Misterio de la Redención. Su pervivencia en la historia puede testimoniar que no sólo suponen un valor eclesial en el sentido más estricto, sino un sentimiento social y cultural. En medio, el hombre aparece participando de forma activa en el desarrollo del Drama. Las procesiones en torno a la Pasión del Señor, son desde los orígenes una manifestación de la religiosidad popular. Su profundo arraigo en las conciencias y costumbres de los estratos llanos, dan la clave de su sobrevivencia a las hondas trasformaciones sociales y de pensamiento que contemplan los últimos siglos. En este punto, el papel de las Cofradías Penitenciales como aglutinante de voluntades individuales se antoja trascendental.

En el entorno particular de Medina de Rioseco, la respuesta a la permanencia de las celebraciones procesionales es holgada. El sustento cofradiero de nuestra Semana Santa parece pronto adivinarse. La Cofradía de Penitencia ha sido aquí en todo momento, y aún continúa siéndolo, el soporte básico de las conmemoraciones en torno a la Pasión de Cristo.

Hablar de Cofradías en esta ciudad no es asunto baladí. Esa estampa de recia tradición, de Hermandades y mayordomos Rúa arriba, Rúa abajo, acudiendo en formación a rendir pleitesía a las instituciones locales de gobierno, se denomina todavía entre riosecanos con arcaizante precisión, el desfile de los gremios.

El origen gremial de nuestras Penitenciales parece algo más que evidente. A aquella Medina de Rioseco medieval debieron un día llegarle las concepciones religiosas de la época, que entendían la vida como penitencia. Un mundo estigmatizado por penurias, calamidades y epidemias, convirtió a la muerte en el epicentro de la religiosidad. Por otras causas, este período medieval también pudo caracterizarse por una organización social basada en cánones gremiales y profesionales de carácter cerrado y vertical. Los hombres de nuestra ciudad de antaño ordenaron su vida en función de su oficio, agrupándose en torno a gremios y fundando sus establecimientos por barrios... calles de Carnicerías, Lienzos, Tenerías, Sal, Pescado, Armas, Cueros... ¡cuánto hablan por sí solas!

En la próspera Medina de Rioseco sonaron no tardando los ecos de una Europa convulsa por las guerras de religión y la reforma protestante. En el siglo XVI, aquel pañero de la calle de los Lienzos hubo de rearmar su fe acorde al supremo magisterio eclesiástico que emanaba del Concilio de Trento. Sin plantearse siquiera cómo, se ve inmerso en una época conocida hoy genéricamente como El Barroco. Los nuevos conceptos en torno a la penitencia pública, uso de las imágenes y desfiles procesionales, traían un clima favorecedor de las Cofradías de Penitencia. El espíritu religioso de la última etapa del medioevo, arrollado por la nueva piedad barroca, necesitaba engrandecer el aparato evidente y externo, plasmándolo en las procesiones.

Al viejo pañero, debieron parecerle escasas las solas imágenes del Crucificado y la Madre del Dolor. La Cofradía barroca ya pretendía con gran fuerza una cautivación de los sentidos, y por ello su pedagogía antigua y de catequesis ambulante, reclamaba mayor número de pasos que relatasen cronológicamente la Pasión del Señor. En este entorno, la imaginería procesional conoce una época de apogeo pleno. En Castilla, en Valladolid, y en nuestra Medina de Rioseco, Gregorio Fernández, Juan de Juni y sus más dilectos discípulos cumplen con admirable mérito artístico los encargos de las Cofradías. Las Penitenciales de la Vera-Cruz, la Pasión y la Quinta Angustia y Soledad pronto articularon la Semana Santa riosecana.

Y al pañero enseguida se le movió el alma al ver la agonía de Jesús en Gethsemaní o La Lanzada que dio Lonxinos a nuestro Señor Jesucristo. En aquella sociedad iletrada, los pasos cumplían así con plenitud su misión didáctica, acercando al pueblo llano a la vivencia de la Pasión del Nazareno, sin dificultosas complicaciones teológicas. La feligresía riosecana participaba de forma directa en el Drama del Gólgota a través de esa piedad espontánea, externa y propagandística que impresionaba su ánimo hacia el arrepentimiento.

Poco a poco, cayeron uno tras de otro los años. Mientras tanto, los hijos y los nietos, y los hijos de los nietos de nuestro viejo pañero, vieron desposeer a los Almirantes de Castilla de toda gloria y honores, dicen que por sumarse a la causa de unos príncipes llamados los Austrias. La en otro tiempo floreciente economía de la ciudad ya había quebrado ante la pujanza mercantil de los Países Bajos de Europa. Los antiguos gremios riosecanos vislumbraban su ocaso, y en tal forma, que los herederos del pañero y los del curtidor de las Tenerías echaron la aldaba a su puerta y desmantelaron su signum tabernae.

Por si fuera poco, los vientos de la Ilustración traían una reforma en el proceder de las Cofradías Penitenciales, desvirtuadas en auténticos excesos. Fueron pasando el tercero de los Carlos y Aranda. Pasó un mariscal del emperador de Francia sembrando de hombres yertos un cerro que aquí damos nombre de Moclín. Pasaron los recoletos franciscanos dejando en soledades su convento. Pasaron las guerras de Cuba y del Rif, y no dejaron más que un desvaído exvoto colgado en el camarín de la Virgen de Castilviejo, y por pasar, pasaron hasta los gremios.

Pero subsistieron las Cofradías de Penitencia. Había sobrevivido con ellas una parte intrínseca de Medina de Rioseco, que era la Semana Santa. Los hombres pudieron perpetuarla. Llegados a este punto, poco importa que hoy en las procesiones proliferen por doquier multitudes de expectantes, turistas y curiosos, que se dejan atraer por el indudable encanto plástico de las celebraciones. Poco importa que el mundo haya girado de forma vertiginosa y, que en el resto del universo se viva la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo de otras maneras, o si nos apuran que no se viva de ninguna. Poco importa que en estas calendas, una parte relevante de la sociedad aproveche las celebraciones de Semana Santa para disfrutar de un paréntesis vacacional con que aumentar las menguadas fuerzas que al cuerpo deja la vida urbana. No demasiada trascendencia alcanzan los grandes éxodos ciudadanos ajenos a la vivencia del Drama de la Redención. En el universo, es cierto, cambia la forma de vivir las celebraciones de Pascua.

Pero, el orbe es un concepto demasiado amplio cuando en verdad no queremos en nuestra ciudad más que conmemorar los sucesos de Jerusalén, en dimensión y clave microcósmica. Sólo entonces nos importa, que en Medina de Rioseco el espíritu del viejo pañero vive en nuestras Cofradías Penitenciales. Y vive en lo más hondo de la conciencia de todos nosotros. Nadie podrá doblar las campanas, pues sigue viva la Semana Santa.

En una época agitada, el rector salmantino don Miguel de Unamuno pudo escribir en el diario El Sol de Madrid, algo que quizás ya pensara en la Posada de los Vientos... Era la misma procesión de antaño. El anciano cree ver la que vio de niño, y el niño aun sin darse de ello cuenta, espera ver la misma cuando llegue a anciano, si llega... y no ha pasado más, ni monarquía, ni dictadura, ni revuelta, ni república. Pasan los pasos y los llevan los mozos. Hoy don Miguel observaría con parejo asombro los cambios. Aún así, aquí en Medina de Rioseco, la riada del tiempo no ha arrastrado las conmemoraciones de la Pasión de Cristo. Aquí el camino del Calvario y la calle de la Amargura parecen seguir entre nosotros. Aquí el Cristo-Hombre sigue muriendo para hacemos palpable el triunfo de la vida sobre la muerte. Aquí las Hermandades Penitenciales siguen rindiendo pleitesía al Concejo y procesionando las sagradas imágenes. Aquí el pardal y los tapetanes siguen barruntando la Muerte del Reo de Poncio Pilato. Aquí los cofrades siguen cargando el palote para compartir la Cruz de Cristo. Aquí, don Miguel, siguen pasando los pasos.

Ahora me siento orgulloso de dar continuidad a la voluntad del pañero. Podremos así contribuir a que la Semana Santa de Medina de Rioseco nos trascienda. No tengo entonces el más mínimo rubor en fijar las fronteras de mis vivencias entre los Arcos de Ajújar, la Puerta de Zamora y la de San Sebastián. Así las cosas, los sentimientos del pregonero son ante todo colectivos más que propios. Nada trascenderá de esta palabra, que no sea lo que entre cofrades hayamos podido compartir hombro con hombro.

Hoy pregono a la rosa de los vientos que la Semana Santa de Medina de Rioseco continúa en nuestras calles, y que en esta ciudad perseveramos en cargar a hombros con los pasos. Revestido con este ánimo de Hermandad y para mejor pregonar la conmemoración del Misterio de la Redención en esta tierra, pido se me permita expresarme en alguna ocasión en el léxico propio en el que entre riosecanos nos entendemos sin mayores comentarios. En ello solicito que los foráneos me disculpen, y si alguna duda les asalta, la oportuna consulta a cualquier cofrade podrá resolver sus diatribas. En clave sencilla y entrañable, la Semana Santa servirá para mayor glorificación de la Pasión, Muerte y Resurrección del Redentor. A vivir esta Pascua, me cabe el honor de invitar a propios y extraños. Y puesto que en vivirla hemos puesto el empeño, la antesala de las vivencias se abre en Domingo de Ramos.

La alegre procesión de las palmas es la primera celebración de la Semana Santa que enciende todos los júbilos, y aún más los infantiles. La borriquilla con que Jesús entró en Jerusalén es un contrapunto jovial al Drama de la Pasión y Muerte que pronto se adivinará. Entre cantos y vítores, como reviviscencias de aquella Judea, el Hijo del Hombre recorre las calles envuelto por hojas de palma y ramas de olivo. El Domingo de Ramos fue siempre acontecimiento tal, que la tradición le reservó las ilusiones de la estrena de botas y pantalón. Ante tamaña solemnidad, llegado el caso, poco importa que en vez de olivo hubiese que formar el cortejo procesional portando alguna rama de verdores menos bíblicos. En una tierra no demasiado generosa en vegetaciones, la escrupulosidad botánica es un tanto intrascendente, y más entre la dicha del niñerío que llena de algarabía la ciudad.

Pero las dichas son fugaces, y el Domingo de Ramos en poco se hace silencio. Cuando el eco de hosannas se apaga, sólo las palmas emblemáticamente colgadas en balcones y ventanas nos testimoniarán la estancia entre nosotros de Jesús de Nazareth.

Abierta ya la Pascua, a poco de clarear la mañana de Lunes Santo, Medina de Rioseco prepara la gran celebración con frenesí. Desaforados trajines en los templos, idas y venidas de los cofrades, mayordomos hacendosos, claveteo de tacos en los pasos, todos disponen la tramoya del Drama Sacro. Los últimos rezagados cruzan el puente sobre el Sequillo con la blanca túnica entre las manos, recién puesta a punto por la franciscana paciencia de las Madres Clarisas. Las velas, los hachones, los faroles, las horquillas... nada se escapa a la detallista intendencia de los muñidores. El embeleso de los más jóvenes es enorme, contemplando cómo los mayordomos y sus propios pulen los pasos, sacan brillo a las ceras y perfuman los borlones de los atavíos de Cristos y Nazarenos.

Mientras, en las casas, presentes y ausentes se funden en reencuentros familiares. Llega el abrazo de la llamada de la sangre. Aún hay tiempo para sentarse en tomo a la botella de anís y las rosquillas de palo. Es la sencilla cotidianeidad de la vida de los hombres que en nada oscurece la enjundia espiritual de la Semana Santa. Demos siempre por bueno el pensamiento teresiano que tras los sucesos simples veía la mano del Creador.

Pero pronto caerán las primeras fechas de la Semana Santa, y ya en Miércoles Santo, en Medina de Rioseco, ciudad en verdad Cristocéntrica, sólo el Cristo del Amparo, el Cristo venerado por Fray Carlos Amigo, nos anuncia en paradoja el desamparo del Salvador ante la muerte. Solo con su misma soledad, mientras en el corro de Santa María los hosannas se hacen Vía-Crucis.

El Cristo del Amparo es el Cristo-Hombre penando su Pasión en cada calle. Es el Cristo que recorre muerto las estaciones. Su diferencia iconográfica con el Dios Creador en majestad del Pantocrátor le acerca aún más a la carne mortal. El Hijo de Dios es ahora el Reo al que llagan los azotes, y el Nazareno que carga a cuestas con la Cruz. Es el Hombre ante el poder de Poncio Pilato... Ecce-Homo... ¡He aquí el Hombre!, ultrajado, escarnecido y abofeteado. El Cristo Salvador de los Pórticos románicos es ya el Varón de Dolores y el Cristo-Hombre unido a la Cruz. ¿Quién es el hombre?, se pregunta León Felipe.

El Cristo es el hombre.

La sangre del hombre...

de cualquier hombre.

El Cristo del Amparo es en Medina de Rioseco un hombre comprendido en su doliente humanidad.

La Pasión del buen Jesús será en verdad sufriente en el Jueves Santo riosecano, que pronto anunciarán sin tregua los tapetanes. El Drama se encamina sin remisión hacia la cumbre. Y en medio del Drama, el toque de ese severo tambor al que llamamos tapetán alcanza su mayor meollo. Su ritmo se aprende por los cofrades todavía niños, a través de un libérrimo compás de indudable eficacia nemotécnica... Tan, tan, tan, tapetán, medio duro y medio pan... La tradición oral ha hecho pervivir un toque que bien pudiera anclar sus raíces en los Autos Sacramentales medievales. En todo caso, y aunque así no fuera, ya ha realizado perfectamente en el discurrir de los tiempos la función para la que naciera, que es la de dar veracidad a las escenas de la Pasión de Cristo, representadas en los pasos. En estos siglos, cualquier labriego Simón Cyrene, hubiese ayudado a cargar con la Cruz a Jesús el Nazareno que recorre el Vía-Crucis de nuestras calles. La estética procesional antigua, conmovedora de piedades, ha sido guardada largamente por los tapetanes. Misión didáctica realizada. Catequesis cumplida.

Tambores y clarines son una vieja reminiscencia del boato de la práctica penal del Antiguo Régimen. En el Jueves Santo de Medina de Rioseco, el proceso del Reo del procurador de Judea y Samaria se anuncia a toque de pardal, impresionante clarín de desnuda primacía. Deben perdonamos las modernas bandas de música, pero nunca conseguirán la pretensión de persuadir los sentidos, con el verismo con que lo logran el pardal y los tapetanes.

En Jueves de Pasión, antes que el pardal llame a rebato, los hermanos ya habrán acudido a la convocatoria del mayordomo, para celebrar un día verdaderamente grande en la vida de un cofrade. Servir el paso, es una añeja terminología evocadora de un timbre de honor en los años de Hermandad. Son muchos los tiempos esperados, quizás desde aquella lejana fecha en que de niño se entró a formar parte de la Cofradía. Como evento importante, la tradición le reserva un momento para compartir, que en esta tierra recibe el nombre de refresco. No pensemos desde luego que la celebración de refrigerios y convites es un modismo de reciente usanza. Hay testimonios escritos de cómo las Hermandades de algunos lugares, prevenían a los mayordomos en el avituallamiento de alimentos en sus casas para esforzar a los hermanos que tras las procesiones llegaban desmayados. A mayor abundamiento se antojaron necesarios en esta ciudad que cargó siempre a hombros con sus pasos.

El ritual de cada año se cumple con persistencia. Pasado ese instante festivo, el toque de pardal convoca a compartir la Pasión del Nazareno. Reunidas las Cofradías Penitenciales, el cortejo de hermanos, insignias, banderines y mayordomos, se encaminará Rúa abajo con intención de rendir considerado acatamiento al poder temporal de los hombres. Una vez así, el llamado desfile de los gremios acude al templo del Apóstol Santiago, donde celebrará la Cena del Señor.

Con el recuerdo del lavatorio de los Apóstoles concluido, la procesión de Jueves Santo se hace a la calle. La misma procesión de los últimos siglos parece remachar la vigencia permanente del Misterio de la Redención. Y con la memoria de la Muerte en el Calvario, cada Semana Santa Pedro le sigue negando al canto del gallo, sin que los discípulos puedan velar la agonía de Gethsemaní. Simón se vuelve a dormir. Otra vez el cáliz no pasa. Sólo pasa Jesús orando en el Huerto, y el hombre que hay en Cristo acepta resignado la Muerte.

La Redención ha de perseverar, pues como zelotas y fariseos siempre habrá quien esté dispuesto a entregarle. Siguen valiendo las treinta monedas. Antes que declararnos sus seguidores, nos defenderíamos blandiendo la sica. Los hombres dejaremos al Reo en manos del Procurador. Jesús el Nazareno será escarnecido y flagelado. Continúa en el mundo de hoy practicándose la injusticia con reos inocentes. Seguimos dando Pasión a Cristo. Los hombres de bien se arrepienten y penitencian. Las Cofradías tienen aún razón de ser.

Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: Aquí teneís al hombre (Jn. 19.5). El Ecce- Homo, nuestro Jesús de la Caña, es el hombre coronado de espinas e inerme ante el poder. Ante la indefensión de ese Cristo puede que algunos curiosos continúen lavando sus manos. Todavía en el mundo vaga libre la estirpe de Barrabás. Que nadie se rasgue las vestiduras, pues estamos pidiendo crucificarle.

Por ello, las mujeres y los hombres de Medina de Rioseco ponemos empeño en celebrar la Semana Santa. Son hombres y mujeres, porque éstas también saben muy bien que la Madre Dolorosa sufre la Pasión de su Hijo. Una Pasión que las mujeres celebran envueltas en mantilla de blondas, y más últimamente como cofrades de penitencia. Debemos estar de acuerdo con la incorporación plena de la mujer a las Penitenciales. El rumbo de los tiempos desea acabar con el canon clásico de Cofradías sólo compuestas de hombres y con vieja disquisición entre hermanos de lumbre y penitencia. En memoria y descargo de aquellas mujeres que en nuestra historia cofradiera hubieron de conformarse con ser hermanas de luz, traeremos a colación los versos de una de las varias veces centenarias redondillas de Alonso de Ledesma, que acaba diciendo:

Con ser hermano de luz

lo seréis de disciplina.

Olvidados modernamente los disciplinantes, las hermanas de luz serán en verdad y por pleno derecho, de penitencia.

Tras el Jesús de la Caña, el Jueves de Pasión procesiona los pasos de los Nazarenos. Ante el gesto de dolor del Jesús Nazareno de Santiago sobresale más la crueldad de El Barrena. La gracia de la ubicuidad parece haber alcanzado este sayón, pues en otros lugares se sitúa en El Despojo, y aún nosotros le ubicamos en La Desnudez.

Varios sayones integran escenas en los pasos riosecanos, pero ninguno como El Barrena del Nazareno de Santiago es el arquetipo de estos personajes. Los sayones configuran en la imaginería un elenco de tipos soeces, reclutados entre la hampa y el gallofeo. Son seres patibularios de rasgos exagerados y mueca descompuesta, que asiduos a la sopa boba de los conventos, dialogan entre sí en jerigonza. Su vestidura, extravagante y carnavalesca es un anacronismo en la armonía del paso. Excluida por obvia su dedicación a imágenes de culto, los trasteros de las Cofradías, retablos de sayones, fueron una pequeña cámara de horrores que provocaba literatura en tomo al patetismo español. Aquí, entre todos los pasos que los incorporan, sea La Flagelación, La Desnudez o Longinos, El Barrena del Nazareno de Santiago es el mejor paradigma de los sayones hispanos.

Frente a los sayones, en la piedad popular siempre han existido los Simón de Cyrene, que como en el Nazareno de Santa Cruz acaban cargando con la Cruz de Cristo. Y continuarán existiendo mientras haya solidaridad en el sufrimiento. Pero no faltarán quienes prefieran repartirse las vestiduras de los reos de la injusticia. El abandono de los desasistidos será un clamor a los cielos. Mas los inermes no protestarán, y como en nuestra Desnudez aceptarían su suerte, tal como Cristo consintió que le despojaran de su manto de púrpura con violencia y a redopelo.

Cuando caemos en cuenta, por redimimos agoniza en la Rúa nuestro Cristo de la Pasión. ¿Quién le ha crucificado? A gritos lo hemos pedido. El Procurador solo ha enjuagado sus manos. Se cumplen los designios del Padre. Elí, Elí, ¿lemá sabactaní? (Mt. 27 .46), nos narra San Mateo confirmando la tradición hebraica. Todos le abandonaron creyendo que llamaba a Elías. Pero a Elías no llamaba, y nadie acudió a descolgarle de la Cruz. Ya nada podrá detenerlo. Cuando nos apercibamos, el Hijo del Hombre ya consumirá su Pasión en una calle por nombre de la Sal. Él ¡Perdón, oh Dios mío! será implorado al acompañar a la Madre Dolorosa. Cuando todos a una recemos la Salve, el velo del Templo otra vez se rasgará. Todo se habrá consumado. Después que la Pasión hayan rememorado las Cofradías Penitenciales de Medina de Rioseco, el Jueves Santo será sólo recuerdo. No más que el rumor de pardal y tapetanes.

Ante su Muerte, el Nazareno nos perdonó con clemencia. El Cristo sin andas adivina pronto en la ciudad el Viernes Santo. El Cristo-Hombre exhalará el espíritu, pero el Hijo de Dios Sacramentado estará expuesto en los sagrarios

La visita a los Monumentos ha ocupado las mañanas del Viernes Santo. A mayores desde la unificación de los desfiles procesionales en la tarde. Bien es cierto, que entrada en desuso la costumbre de cubrir los retablos y altares, no se tapan de lutos los panes de oro. Permanece sin embargo la tradición de exaltar al Santísimo Sacramento. Las visitas a los sagrarios continúan significando en la costumbre, ese andar las estaciones en remembranza de la Pasión de Cristo.

Varios Monumentos se instalan en iglesias, capillas y conventos de Medina de Rioseco. Recientemente, se erigen en Santa María de Mediavilla, en la cripta que bajo su capilla funeraria ordenara construir el banquero don Álvaro de Benavente. Otro tanto se expone a Jesús en este templo que levantaron frailes dominicos, y en el que ahora predican la palabra los hijos de San Antonio María Claret. A la mano de las de San Vicente quedan los del colegio del fundador y el de la capilla de Sancti Spiritu. Pero es en las clausuras donde la austeridad más honra al Sacramentado. Flores de la huerta y algunos verdores del claustro dejan a la vera del sagrario las monjas del Carmelo y las del poverello de Asís.

La paz en remanso de los Monumentos se quiebra con la llamada pertinaz del pardal. En el Calvario está aún el Reo Crucificado. Se impone continuar la conmemoración. Las escenas de las Escrituras cobran de nuevo inusitado aliento, haciéndose vivas en el espíritu de los cofrades. En este Gólgota todavía guardan la Cruz un grupo de mujeres, entre ellas María la Madre, Salomé, la Magdalena... y con las mujeres el discípulo Juan. Los santos varones, José el sanhedrita de Arimatea y Nicodemo ya preparan la mirra y el óleo. Al Rey de los Judíos, en vez de quebrarle las piernas, el ciego le ensartará de una lanzada.

En Viernes Santo, Medina de Rioseco se llena de blancas túnicas en rincones y plazuelas. En presencia del mayordomo, en el refresco, los cofrades convienen en prestarse ayuda para cargar con el paso. El auxilio mutuo fue siempre constante permanente en la vida de las Cofradías Penitenciales. Todavía ahora se denominan Hermandades. Casi convertidas en sociedades de socorros, tuvieron constante precaución por el casamiento de doncellas, la redención de los cautivos, y el conceder tierra a los cuerpos de los ajusticiados en el patíbulo, que yacían insepultos en los caminos. Su interés por la condolencia y el acompañamiento a los cofrades difuntos en su entierro, ha sido perenne en los tiempos. Aún se conserva aquí la costumbre de la publicación de esquelas en la vía pública, resquicio moderno de aquellos clamores de muerte que se hacían tañendo la campana.

De esa enraizada función asistencial quedan algunos vestigios en la calle de la Doctrina, junto al Patio de Comedias, donde la Penitencial de la Vera-Cruz instaló su Hospital de Convalecientes sin calentura. Como quiera que fuese necesario la provisión de fondos para hacer fehacientes las ayudas, a la Vera-Cruz no le dolieron prendas en la obtención de rentas de su Corral de Comedias. Las funciones teatrales y representaciones lúdicas salían también fuera de la Semana Santa, asentando la vida social de las Cofradías. El festejo de efemérides propias era común en todas ellas. En la Penitencial titular del Corral, lo era la Exaltación de la Cruz.

Una vez adorada esa Cruz, se celebra cada Viernes Santo en Medina de Rioseco, la procesión de la Sagrada Pasión del Redentor. La devoción por el Lignum Crucis fue patente en muchas Penitenciales, y más en esta ciudad con la presencia de los monjes franciscanos que la difundieron de forma entusiasta como custodios de los Santos Lugares.

El Viernes Santo riosecano se asocia de inmediato con la salida de los pasos grandes. La vinculación de la Semana Santa a los sentimientos populares es algo evidente. Así la realidad, la mayor adhesión popular entre nosotros se centra en la salida de La Crucifixión y El Descendimiento, cultismos en verdad poco útiles para dos pasos que con extremo espíritu sintético serán siempre en vulgo Longinos y La Escalera. Su peculiar salida fue deseo de la Penitencial de la Quinta Angustia y Soledad, al construir un salón de menguada puerta donde guardar sus pasos. El respeto a su voluntad se impone. Si así lo quisieron, que así sea.

Y así es, cuando cada tarde de Viernes Santo el corro de Santa María es más que nunca epicentro. Forasteros y propios se agolpan. Hombres y padres, mujeres y niños, madres, novias o hermanas. Todos se apiñan para arropar la salida de sus pasos grandes. La tradición centenaria convoca a un pueblo. Es el momento del gran esfuerzo, con la emoción contenida y la vista clavada en cuarenta cofrades. Es el momento en que las notas de La Lágrima atan un nudo en la garganta. Es el momento de mayor responsabilidad para el cadena, y el de recoger las túnicas y orar por los cofrades difuntos. Es el momento del peso y del sudor, y el de Longinos y La Escalera. Es Medina de Rioseco en su más grande momento.

Es tenso e interminable el instante. La vista alcanza con lentitud a los sayones de Longinos. Pero pronto veremos a Juan, y a la Magdalena y a la Virgen del Pañuelo. Mas después vendrá la lanzada, y acabará saliendo la Cruz. La Escalera se mueve en rito idéntico. Salen María, la Magdalena y Juan, y el paso baja. Sale el sanhedrita de Arimatea, y el paso baja. Sale entre apuros el Crucificado, y el paso baja. Pero Nicodemo no quiere salir, para acabar saliendo cuando el paso hasta el límite baja. Sólo entonces, por la calle de Santa María, Pescado y Mediana podrán romper las emociones. Ya están en el corro Crucifixión y Descendimiento. Es la hora mágica de los pasos grandes.

Es también la hora de la penitencia. Los pasos han de llevarse con carga y con dolor. Hemos de entender la procesión como una estación de penitencia, que es su más relevante diferencia con las cabalgatas, los cortejos y los desfiles. Solo en ese ánimo de mortificación, caben los gestos de hombría y la estética de la música. La procesión de la Sagrada Pasión del Redentor es una buena ocasión para la piedad. La Rúa Mayor, rancio nombre de raigambre jacobea, es la mejor estación para dar verismo a las escenas del Calvario. Y calle para bien bailar los pasos, y para llenarla de Cristos del Amparo y Pasión que en Viernes Santo lo son de Clemencia, de los Afligidos y de la Paz.

Mi paz os dejo, mi paz os doy (Jn. 14.27). Cuando este año extendamos nuestra mano desde los balcones de la Rúa, y al tocar la Santa Cruz imploremos ansiados deseos, a ese Cristo rogaremos por la paz que en el mundo han quebrantado de nuevo los viejos tambores de la guerra.

De forma irremediable la procesión nos llevará al regazo de piedad de la Madre, y a esos tremendos yacentes de Castilla que enseñorean la muerte por plazas y calles. Yacentes en los que sobrecoge más que la muerte, la paz con que descansan en el Supremo.

Los últimos ritos de la Semana Santa de Medina de Rioseco se cumplirán. Por eso, antes de enfilar la calle de la Doctrina se marca una obligada pausa. Ante la Virgen de la Cruz, o lo mismo sea, Nuestra Señora del Arco de Ajújar, en muestra de respeto se inclinan los pasos en la rodillada. Como la reverencia zamorana o la genuflexión andaluza, todos son tradicionales testimonios de veneración de las Cofradías Penitenciales a la Soberana Reina.

Estación a estación. Plaza a plaza. Paso a paso. Poso a poso. El paso de Longinos en casi final esfuerzo acaba avistando la calle Mediana. En el corro de Santa María, un cuadro patético de Cristos muertos se presenta ante la Virgen de la Soledad. La Madre sola, sin esposo e Hijo, paralela a la Cruz compone el Stabat Mater. Y paso a paso, se avista ya casi el Sábado de Gloria. Los cofrades vuelven a sus casas con Cristo aún yacente en el Sepulcro. Acaso nos cuesta demasiado advertir el único acto final.

La trilogía de la Semana Santa es la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. En el Pregón, el Cristo-Hombre ha sido prendido, escarnecido y crucificado. Los Nazarenos han cargado irremisiblemente a cuestas con su Cruz. Jesús ora en Gethsemaní y exhala el espíritu en el Monte Calvario. La iconografía se detiene en el Varón de Dolores y en esa Madre, a quien traspasan los siete cuchillos de sus Angustias. Procesiones, tapetanes, pardales, música y faroles, la gran fiesta barroca gana la calle. El patetismo español se hace realidad.

La Semana Santa de Medina de Rioseco persevera en las concepciones de la Cofradía barroca, perpetuada con asombrosa fidelidad. Esas mismas Penitenciales tuvieron en su génesis un mucho de respuesta necesaria a un sentimiento colectivo que demandaba una piedad arrolladora y tremenda. Solo así sería posible el rearme espiritual de una sociedad agobiada por la decadencia política y la quiebra económica, que hubo de apoyar su subsistencia moral en el magisterio tridentino de la Contrarreforma. En ese contexto de Trento se comprenden las maravillas de la estatuaria procesional de nuestros pasos, que siguió las recomendaciones conciliares de culto a las imágenes, frente a las tendencias erasmistas y protestantes.

Casi la práctica totalidad de nuestros pasos se inspiran en esa estética del barroco, incluso los construidos fuera de su marco temporal. Ni el rococó del absolutismo francés, ni el neoclásico palatino y racionalista dejan huella evidente en la imaginería riosecana. Hasta las tallas modernas huyen del estereotipo de los trabajos de serie inspirándose en cánones barroquistas, aun más allá de la forma. Así, la última advocación de la Virgen en el Viernes Santo es de Soledad.

El aparato externo responde también a esa época. Las caretas con las que cubrimos el rostro los cofrades, son herederos de aquellos capirotes romos o capuces que utilizaban los disciplinantes. Otro tanto paralelismo encontramos en los colores de las túnicas, negras, moradas y blancas, que siguen de forma fidedigna los gustos mayoritarios de las Penitenciales más clásicas de la España de aquellos tiempos.

Puede hoy no haber razón alguna para cambiar las formas externas. Sin embargo, nuestro sentido de entender la piedad ha de ser diferente. Con toda seguridad, ahora nos asustaríamos ante el espectáculo de espiritualismo sombrío y feroz que representaba la flagelación pública de hace algunos siglos. Esa disciplina que llenaba de regueros de sangre el claustro del vallisoletano convento de San Pablo, estremeció a los viajeros de la España del siglo XVII, que como al portugués Pinheiro da Veiga, les pareció demasiada crueldad aquellos cuajarones de más de a libra. Otro tanto pudo suceder en la procesión de sangre que salía de nuestro convento de San Francisco, hasta que la mascarada en que derivaron tales excesos fuese prohibida por los Ilustrados.

En el fin de este Pregón, me atrevo a solicitar el reformismo de sentimientos de la Semana Santa barroca, empezando por los de aquellos que gustan de los tópicos de la Castilla áspera y dura, eterna compañera de la muerte. Ese ánimo de maleficio irremediable nos sitúa en el borde del regusto por los padecimientos y la ceniza, y nos transporta al Ego sum vermis y al fatalismo determinista de la Edad Media.

Ese acento en la muerte, que soslaya la Resurrección, no hace sino impresionar a escritores que como Jiménez Lozano se duelen de la preferencia por los Cristos eternamente muertos y sin ninguna esperanza. Los Cristos de Castilla, los Cristos del barroco no parecen resucitar. Por eso el pensamiento unamuniano los coloca en la espera de la muerte misma, y hace del Cristo de nuestra tierra, precisa y solamente tierra.

Por eso, un Pregón de Semana Santa en las puertas del siglo XXI, ha de ser un canto enamorado de la vida. El hombre no está existencialmente anclado en el dolor y la muerte. El Cristo-Hombre muere, pero el Cristo-Dios resucita. Nuestra Junta Local de Semana Santa ha tomado este año la elogiosa decisión de editar un cartel con la imagen del Resucitado, de Mariano Nieto. Tampoco parece resignarse a que los Cristos mueran por siempre. El único punto final de la Semana Santa es el retorno a la vida, y la conversión del Drama del Gólgota en un anhelo de esperanza. El dolor se transformará en gozo cuando el Cristo que ha vencido a la muerte se encuentre con la Virgen de la Alegría, y mudemos los lutos de su manto. La fiesta barroca puede perfectamente concluir con la mirada puesta en la Resurrección. Tapetanes, pardales y pasos tendrán sentido en la hermosa apuesta de la vida.

Jesucristo también resucita en Medina de Rioseco. Cuando las campanas pascualejas toquen a Gloria, los descendientes del viejo pañero de la calle de los Lienzos recibirán a la Virgen de la Alegría con coros de Aleluyas. Continuará viva nuestra Semana Santa. Solo por la Resurrección, igual que antaño, igual que hogaño, aquí don Miguel, siguen pasando los pasos.

HE DICHO
JOSÉ ANTONIO LOBATO DEL VAL